Por Andrés Briceño Gutiérrez
En el mes de diciembre en Chile, se presentarán a las elecciones presidenciales 4 candidatos y en teoría, 4 programas y formas de ver un país.
/ Son 4 políticos compitiendo por un único plato de fondo.
En general, los políticos tienen la oportunidad y la virtud, de disponer de miles de semillas a esparcir en un país, las cuales determinan desarrollos o estancamientos de nuestras sociedades, culturas, economías y con inevitable evidencia; en nuestra cotidianeidad urbana, es decir, están situados estratégicamente en un rol que permite establecer soluciones a otro mundo que requiere de esas soluciones.
Son responsables de mucho o de poco, de integrar o segregar, de enfrentar un tema país por medio de un proyecto país.
El político, es capaz de construir condiciones para permitir crecimientos con características biológicas y ligadas al efecto dominó. De una semilla al bosque o a la plaga.
Son constructores de moral por esencia. Pese a ello, la mayoría son inmorales en esencia.
El poder y responsabilidad es tal, que son capaces de transformar barrios, ciudades y hasta países, de otorgar historia e identidad, o de fomentar la cultura desechable. El discurso político, claramente está caricaturizado y alejado de la arquitectura y la ciudad. Prueba de ello es la ausencia que estos 4 candidatos presidenciales chilenos tienen en sus discursos, de un concepto país que exponga a las ciudades y barrios, a la arquitectura como fuente específica de resolución de problemas. No vende la ciudad ni los problemas de ella. No toda la responsabilidad es de ellos, mucho es de los propios urbanistas y arquitectos que por años se han alejado de las necesidades del pueblo, de las carencias, del problema al fina y al cabo; real.
¿Por qué es importante esto?
Porque la capacidad de influir en la cotidianidad urbana de un político puede desencadenar un crecimiento a tal nivel, que rápidamente los factores se pueden incrementar virtuosamente evolucionando continuamente. Y porque por otro lado, la ciudad es el mayor invento de la humanidad para superar el problema original de la sobrevivencia, y debido a las archiconocidas tasas de crecimiento urbano en el mundo, es evidente que estos personajes deben asumir el fenómeno urbano como un parte de sus políticas públicas. Lamentablemente, por lo menos en Chile, no lo hacen.
Hay múltiples ejemplos de cómo una voluntad política de hacer ciudad y arquitectura pueden otorgar a la dinámica cotidiana de una ciudad, identidad, integración, crecimiento económico, diversidad y equidad. En Londres, a partir de una voluntad política mancomunada que nació en el término del mandato de Margaret Thatcher se plantó el germen que dio como consecuencia la recuperación de las riberas y del propio Rio Támesis en pleno centro londinense. En la actualidad, la proliferación de usos culturales, comerciales, de esparcimiento y económicos, indican que comprender el valor de identidades urbanas y arquitectónicas, desde el político, es en esencia tarea fundamental de la autoridad, y claramente de la autoridad máxima de un país.
François Mitterrand en su período presidencial en Francia, otorgó a su gobierno una visión urbana contundente, para construir un vehículo de desarrollo integral para la sociedad a partir del desarrollo urbano; en consecuencia los proyectos de arquitectura y ciudad, proliferaron y potenciaron aún más la identidad de ese país, estableciendo un fortalecimiento muy profundo en su imagen país.
También, contundente es el ejemplo del Guggenheim de Bilbao. De una ciudad puramente industrial y gris, a una ciudad con mayor diversidad. Todo a partir de un “simple” edificio.
Por el contrario, proyectos con una concepción puramente ingenieril y vial han ocasionado pérdidas notables de identidad e integración, y han ocasionado daños irreparables que exponen la inmediatez y la carencia de una discusión integrada, de otra manera no tienen explicación proyectos que en un plazo político son venerables, pero para la ciudad generarán círculos viciosos a través de los años, como la Línea 5 del Metro que pasa por sobre las cabezas en Santiago Sur y el Túnel bajo el Cerro San Cristóbal que pasa por medio de un barrio consolidado y lleno de identidad, la Norte Sur que divide a la ciudad, los nuevos edificios de vivienda que se hicieron para “renovar” a Santiago poniente, etc.
Pan y circo decían los romanos para mantener embobados al pueblo, mientras sus políticos gozaban del poder, conceptos que aún son válidos para las estrategias actuales de los políticos.
El político es constructor de moral a través de un marco legal que sea capaz de germinar círculos virtuosos. Es un deber de ellos, el comprender que esa moral es fundamental para establecer las condiciones de un crecimiento integrado e integral de nuestras ciudades.